Me
gusta el Vino. No es alimento. No sirve para apagar la sed. Enriquece los
sentimientos, más que querer beber vino,
deseo hacerlo. Que sea poco o suficiente y que resten ganas de continuar
paladeando su sabor.
No
discrimino ningún tipo de vino, voy a su encuentro para descubrirlo en ese
momento preciso que lo estoy deseando, sin imposición de horario, ni de
maridajes con alimentos, así, solo, íntimo, personal, siendo egoísta como para no compartir o en el
mejor de los casos hacerlo como atención u homenaje a quien esté a mi lado con
la misma condición de aceptación espiritual, con un sentimiento real y
concreto, llámese amistad, o cualquier situación que se halla definida por
retos del corazón, el amor de otra persona, desde el simple y enorme sentimiento hacia un hijo como al apasionado
deseo por una mujer.
Es
encantador beber vino, sostener la copa entre los dedos, percibir su aroma,
observar los destellos de colores ante la luz, encerrarlo en la boca y hacerle
recorrer cada sitio de su interior agradeciendo tan gentil y delicada visita.
Atreverme a intentar masticar su cuerpo
cuando aparece contundente. Sentir la cosquilla en el paladar, esa picante púa
conjugada del alcohol, apurando su ingreso triunfal y exquisito como depurando
la garganta con la calidez de una gran satisfacción.
Luego
alejar la copa, declarar libertad de deseo, tal vez un auto castigo, privación,
para que un pronto regreso vuelva a registrarse con la misma intensidad de no
haber calmado la sed sino de haber consolidado la relación en base al respeto
de su esencia valorando el conjunto de variedades que lo puedan integrar.
Insisto,
hasta el que nos pueda parecer de menos
calidad conlleva un valor que se pierde con la necesidad de apagar la sed, ésta
se debe calmar con agua cristalina y fresca, porque el resultado final será que
no existe diferencia entre el vino común y el reserva, todo se perderá, se
desvaloriza la elaboración, fechas de añejado, no existen diferencias, se
vuelve proclive al maltrato del infernal chorro de soda, porque no existe cultura o conocimiento que la soda es el
trago previo para que al ingreso del vino el paladar pueda registrar todos sus
misterios en forma total y mientras lo paladea cerrar los ojos, abrir de golpe,
mirar hacia arriba y esbozar una sonrisa de aceptación y agradecimiento por tan
importante momento.
No
atender a los supuestos entendidos,
improvisados sommeliers que me
invitan señalando ese vinito que te traje, que lo elaboró un no sé quien, pero que haya sido el que fuere, voy a valorar y entender o aprobar su
trabajo al finalizar el rito de la observación y el paladeo. Me gusta tomar
vino, el suficiente, el real, el placentero, que no me calme la sed pero encienda mi corazón, y si me encuentro junto al piano, mejor.